San Jordi en tierras lejanas: una aventura en las colonias
Érase una vez, un caballero valiente, llamado Jordi, que había salvado reinos, derrotado a dragones y ayudado a miles de personas. Pero esa mañana, mientras cabalgaba por un camino desconocido del bosque, vio una luz misteriosa entre los árboles. Curioso, atravesó un claro del bosque… y todo se volvió nebuloso. Cuando la niebla se disipó, ya no estaba en su mundo.
—¿Dónde estoy? — murmuró.
Enfrente de él, había un cartel: "Bienvenidos a las colonias de Vallclara".
Un grupo de niños y niñas con camisetas de colores jugaban a un juego de pistas. Uno de ellos lo vio y gritó:
— ¡Un monitor nuevo y va disfrazado de caballero!
—No llevo ningún disfraz — dijo, confundido—. Soy el caballero San Jordi.
Los niños se rieron y lo llevaron hasta la cocina, donde le ofrecieron un vaso de chocolate caliente y le explicaron qué eran las colonias: un lugar para hacer amigos, vivir aventuras y pasárselo genial.
En Vallclara aprendió a jugar a juegos de agua, a decorar camisetas e incluso a cantar canciones antes de irse a dormir. Pero el quinto día, volvió a aparecer la niebla… y lo transportó a un nuevo lugar: Poblet.
Allí lo recibió un grupo que hacía rutas por el bosque y juegos de trabajo en equipo. La directora del campamento le dijo:
—Aquí trabajamos el respeto, la convivencia y la naturaleza. ¿Nos ayudas?
Jordi se unió al grupo. Enseñó a los niños y niñas a orientarse con las estrellas, ayudó a montar tiendas, y por la noche explicaba cuentos de dragones buenos y caballeros justos. Una noche, un niño que era muy tímido se acercó a él:
—Jordi… Gracias por hacerme sentir importante.
El corazón del caballero se llenó de orgullo. Pero poco después, la niebla volvió.
Esta vez lo llevó a un lugar muy diferente: Tamarit, al lado del mar.
—Aquí los héroes no llevan espada, pero sí crema solar — dijo una monitora entre risas.
En Tamarit aprendió a hacer kayak y a construir castillos de arena. Una tarde, mientras ayudaba a un niño que tenía miedo a bañarse, le dijo:
—Ser valiente no es no tener miedo. Es atreverse a hacerlo, aún con miedo.
Y ese niño, gracias a Jordi, se bañó por primera vez en el mar. Los días pasaban y San Jordi empezaba a entender una cosa: no hacía falta luchar contra monstruos para ser un caballero. También lo era quién ayudaba, escuchaba, animaba y acompañaba.
Pero la niebla todavía no había dicho su última palabra.
La última parada del viaje del caballero fue en Prades, un campamento rodeado de pinos, montañas y estrellas. Allí el ambiente era diferente: más tranquilo, más conectado con la naturaleza. Los niños y las niñas no solo iban para jugar, sino también para descubrirse a sí mismos.
El primer día, los monitores le explicaron que este era un campamento muy especial, lleno de proyectos colaborativos: construir cabañas, observar las constelaciones y disfrutar del silencio de la naturaleza.
San Jordi, acostumbrado a la acción, se sintió perdido al principio. No había espadas, ni batallas, ni retos para ganar. Pero muy pronto empezó a ver la magia escondida entre las ramas.
Un día, una niña le enseñó cómo hacer un atrapasueños con hilos y ramitas.
—Esto es para proteger los sueños bonitos —le dijo.
Otra tarde, durante una caminata silenciosa por el bosque, un niño empezó a llorar en silencio. El caballero se acercó y le preguntó si podía hablar. Le dijo que echaba de menos a alguien muy querido. San Jordi no respondió con palabras. Solo le dio la mano y se sentaron juntos debajo de un abeto. Y ese silencio compartido fue el gesto más valiente que hizo en todo el viaje.
La última noche de colonias, hizo un ritual alrededor del fuego. Cada niño había de lanzar una piña dentro de la hoguera y explicar una cosa que hubiese aprendido durante las colonias. Cuando le tocó a San Jordi, dijo:
— Yo pensaba que ser un caballero era salvar princesas y luchar contra dragones. Pero estos días he aprendido que a veces ser valiente es simplemente escuchar, sentir, abrazar o estar presente.
Los niños se quedaron en silencio, y después aplaudieron muy fuerte. No porque hubiese ganado ninguna batalla, sinó porque había aprendido a estar de verdad. La niebla apareció una última vez. Pero el caballero ya no tenía prisa por marcharse.
—Ahora entiendo que hay muchas formas de ser un héroe — sonrió.
Y, desde entonces, cada año, aparece en algún rincón de Vallclara, Poblet, Tamarit o Prades. No con una espada, sino con una mochila, una linterna y el corazón lleno de ilusión.
Porque…
Las colonias no se conquistan. ¡Se viven!
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